19.1.12

La cultura Tarahumara



Desde hace cientos de años vive aquí, dispersa en pequeñas comunidades, la población Tarahumara.

Cuando el jesuita Juan Fonte fundó en lo que hoy es Balleza una misión para indios tepehuanes, supo que tenían fricciones con los llamados raráhumare, o sea “corredores a pie”. Al redactar su informe anual en 1607, el padre Fonte se enfrentó al dilema de usar o no la letra R –que suena fuerte al principio de palabra- pues deformaría el gentilicio que pretendía escribir, así que opto por escribir tarahumares, en vez de raráhumares.

Los estudios arqueológicos revelan su presencia en la sierra chihuahuense desde hace cerca de 10 mil años. La antropología los considera de origen náhuatl, y su lengua está clasificada dentro del grupo uto-azteca.

Es sorprendente que el número aproximado de 40 mil individuos reportado por los jesuitas en el siglo XVII haya permanecido más o menos estable hasta nuestros días, así como la homogeneidad de su cultura e idioma, a pesar de que nunca tendieron a formar comunidades, debido probablemente a la geografía del hábitat –que no permite cultivos extensos- y a que las planicies son demasiado áridas para sembrar, por lo que vivían también de la caza y la pesca.

Los tarahumares actuales conservan bastantes elementos propios, aunque han tomado préstamos de la cultura occidental, como la domesticación de ganado menor, con cuya lana confeccionan las fajas y mantas que antes hacían con fibra de maguey. Sus magníficos trabajos de cestería mantienen características prehispánicas, y siguen cultivando maíz, frijol y calabaza, aunque la mayoría ha sustituido la coa por el arado jalado por bueyes. Su alimentación es básicamente la misma: tortillas, pinole hecho con maíz tostado, atole, calabazas condimentadas en varias formas, frijoles, quelites, verdolagas y algunas otras hierbas silvestres. 

La carne de venado hoy ha sido sustituida por la de res que consumen por lo general en las festividades.

Bajo un aparente cristianismo, se perciben reminiscencias de una religión animista, con culto al sol, la luna y las estrellas, aunque sujeta al calendario católico. Todas sus ceremonias se celebran con bebidas, comidas  rituales y danzas, entre las que destacan el yúmare –danza para invocar la lluvia- y el tutuguri, que requiere el sacrificio de una res para alimento comunitario.

Es muy frecuente en Semana Santa y Nochebuena una versión peculiar que los tarahumares han creado a partir de la danza de matachines. Aún conservan juegos con antiguas raíces religiosas: las carreras de bola de encino entre los hombres, conocidas como rarajípari, y las carreras de mujeres en que se lanzan dos pequeños aros entrelazados, a las que llaman rohuena.

Compiten por equipos que representan sus rancherías; los hombres recorren distancias kilométricas que se cubren sin interrupción, lanzando con el empeine la bola hacia delante, mientras los espectadores los estimulan gritando “¡huériga, huériga!” y les ofrecen pinole y tesgüino.  




No hay comentarios.:

Publicar un comentario