Es posible
que los antepasados de los indígenas tarahumaras hayan llegado de Asia (mongolia), atravesando el estrecho de
Bering, hace aproximadamente unos treinta mil años, pero los
vestigios humanos más antiguos que se han encontrado en la sierra son las
famosas puntas clovis(armas típicas de los cazadores de
la mega fauna del Pleistoceno) con una antigüedad de casi
15,000 años, lo que nos permite datar la presencia de los primeros pobladores
de la Sierra Tarahumara.
La economía de los primeros grupos étnicos tarahumaras
se basaba en la agricultura, la caza y la recolección.
Cultivaban maíz, calabaza, chile y algodón. Cada grupo tenía su dialecto de la lengua tarahumara y sus gobernantes, quienes se
encargaban de proteger el territorio contra las etnias vecinas y garantizar el
orden interno de la tribu.
Eran belicosos y politeístas. Creían en la vida después de
la muerte y en la
existencia de seres benévolos y malévolos. Entre los benévolos consideraban al sol, la luna, el médico, las serpientes y las piedras, que provocaban las lluvias y controlaban los animales
que cazaban. Entre los malévolos estaban los señores del inframundo que causaban la muerte y los desastres
naturales. Sus rituales comunales eran parte esencial de su cultura. Adoraban
el sol y la luna, celebraban victorias bélicas, la caza de animales
y la cosecha agrícola.
Fue hasta 1606 cuando los
misioneros jesuitas tuvieron el primer contacto con los
indígenas de la sierra. Según las referencias históricas de la época colonial,
la conquista y la evangelización inició con los “chínipas”, muy
relacionados con los guarijíos, etnia considerada como la más
fiera de la región en esos tiempos. Cuando llegaron permanentemente los
religiosos a su pueblo en 1632, su presencia provocó un levantamiento entre los pueblos
indígenas, quienes estaban descontentos con la labor evangelizadora. Esta
protesta la comandó el jefe “Combameai”. La primera revuelta terminó con
la muerte de dos religiosos, lo que originó una fuerte represión por parte del
gobierno de la Nueva España. Fue entonces cuando muchos guarijíos huyeron y se internaron en las
barrancas de lo que hoy es el estado de
Chihuahua.
Encima de eso, fue en los siglos XVII y XVIII cuando
diversos grupos de agricultores y comerciantes novohispanos invadieron esta región despojando de
gran parte de la tierra a los indígenas, intercambiándoselas por productos como
jabón, sal, mantas y otras baratijas; algunos indígenas fueron obligados a trabajar con ellos
como peones pagándoles muy poco. En cambio, otros emigraron hacia las partes
más recónditas de la sierra para protegerse y evadir el trabajo forzado en
haciendas y minas.
Es ahí en lo más abrupto de la sierra donde se asentaron
las misiones jesuitas que, sin mucha controversia, muchas veces sirvieron de
refugio a los abusos cometidos contra los indígenas. La expulsión de la orden de los
confines del Imperio español significó un retorno de los
tarahumaras a la vida seminómada que llevaban. Por otra parte este
acontecimiento les dejó completamente aislados en los altos de la Sierra. Eso les ayudó a conservar su
cultura y a desarrollar un singular sincretismo religioso que todavía existe y
es único en México por su
mezcla de catolicismo y chamanismo.
En el año de 1856, mediante la ley de la desamortización
de los bienes eclesiásticos, los mestizos de la zona ocuparon las tierras
pertenecientes a los pueblos de misión habitadas por tarahumaras, quienes se
vieron obligados a abandonarlas. Pero no sería hasta 1876 que se rebelarían,
cuando fueron obligados a partir de las pocas tierras que les quedaban, pero
esta vez serían respaldados por el gobierno del estado que abogó por ellos. Se
registraron otros dos levantamientos: uno en Agua amarilla en 1895 y otro en
Chinatú en 1898.
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