20.6.12

Ojinaga y sus alrededores


Al sitio donde los ríos más caudalosos de Chihuahua –el Conchos y el Bravo- mezclan sus aguas, llegó en 1684, el maestre de campo Juan Fernández de Mendoza, tomó posesión de la tierra, en nombre de la corona española.
Pasaron 30 años hasta que el virrey de Valero ordenó al sargento mayor, Juan Antonio de Trasviña, someter a los indígenas nativos que merodeaban por las riberas de ambos ríos, impidiendo la labor de los misioneros y de los colonizadores.

Trasviña fundó Santiago de Coyame y Nuestra señora de Begoña y desde lo alto de una sierra que llamó De la Cruz, vio el fértil valle de Ojinaga. Sus hombres atravesaron el río y en la otra banda levantaron cuatro misiones: la de Aranzazu, la de Guadalupe, la de San José y finalmente la de San Cristóbal. Esos nombres, perdidos en el polvo del desierto, se recuerdan a penas unos renglones de la historia.



Las misiones de los ríos se despoblaron diez años después, cuando los indios se alzaron y la región volvió a ser como antes. Para cuando los indios se alzaron y la región volvió a ser como antes.
Para detener a comanches y apaches, los novohispanos establecieron un presidio militar en 1759, al que llamaron presidio del norte. Ese nombre quedó hasta 1865, cuando los liberales chihuahuenses cambiaron el viejo nombre por el del valle de Ojinaga, en memoria de su correligionario Manuel Ojinaga, asesinado por los imperialistas en la sierra Tarahumara. En cambio, los invasores norteamericanos que se establecieron a la  izquierda del río Bravo conservaron el nombre del presidio, tan cargado de historia.

Ojinaga, localizada  a 233 Km. de la capital Chihuahuense, siguió siendo paso de aventureros desesperados que desafiaban a víboras y coyotes del desierto.

Ojinaga es un paisaje casi lunar; se puede imaginar el principio del mundo, cuando los dinosaurios poblaron esta tierra.

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