En 1707, un indio venido a Nuevo México descubrió una mina de plata que sería el origen de la riqueza de Santa Eulalia, un poblado que se localiza a 9 kilómetros de Chihuahua, sobre la carretera que va a Delicias.
Juan Fernández de Retana, su fundador, la denomino Real de Santa Eulalia de Mérida. Mientras la abundancia del metal obtenido en aquella mina costeó más de una mansión y la Catedral de Chihuahua, en el seco arroyo por el que fluía el metal solo se edificó un sobrio templo.
La erección de esta parroquia, cuya primera piedra se coloco el 15 de agosto de 1760, se encargó a los mismos constructores que levantaban la Catedral de Chihuahua. La fachada principal de la Iglesia de Santa Eulalia presenta pilastras y cornisas, un óculo hexagonal a la altura del coro y, arriba de éste, un nicho con la imagen de la santa titular. Su única torre remata en linternilla con una cruz de fierro y veleta.
La portada lateral es similar a la de la catedral chihuahuense; ostenta una rica ornamentación de follaje y columnas corintias y, como remate, un entablamento con la efigie labrada del arcángel Miguel. En su interior hay un retablo barroco, mal restaurado actualmente, con una imagen de Santa Eulalia en el centro. Uno de los altares del crucero tiene una excelente talla estofada del siglo XVIII de Nuestra Señora de Loreto, traída aquí después de la demolición de la iglesia jesuita en Chihuahua.