El pintoresco poblado de Creel, del cual ya hemos hablado tanto, es el lugar donde cada año los nativos de la zona realizan un místico ritual que resulta del sincretismo religioso de la creencia milenaria de los rarámuris y del arraigado catolicismo impuesto por los jesuitas hace 300 años cuando llegaron a esta tierra.
El rito se celebra los días más importantes de la tradición católica: Comienza el jueves santo y termina el sábado de gloria. A él acuden cientos de rarámuris que habitan en las rancherías cercanas para practicar un místico festival colmado de danzas, cantos, música y trance.
Aunque las festividades se realizan en lugares dispersos, el jueves se puede comenzar por la iglesia, no tendrán problema en encontrarla, ya que se encuentra junto a la estación del Chepe, y ahí se congrega prácticamente todo el pueblo. Podrán observar un numeroso grupo de danzantes que bailan para orar y honrar a sus muertos. La leyenda dice que tal danza es una manifestación de gratitud que eleva el espíritu y vacuna contra las maldiciones. A veces puede ser difícil para los foráneos comprender la mentalidad del tarahumara, ya que a pesar de la seriedad de la ocasión el ambiente es festivo y solemne a la vez: los niños corren entre las mujeres, los ancianos hablan del porvenir en voz baja, los jóvenes se pintan círculos de cal en la piel, y de fondo la música de los tambores late al ritmo de los corazones sincronizados de los manifestantes.
A media noche el frío se encarga de dispersar a los curiosos y las calles quedan llenas de rarámuris que siguen sumergidos en el trance de la danza, el tambor y el tesgüino, mítica bebida hecha de maíz que según se dice los ayuda a soportar los embates del hambre, el cansancio y el frío mientras sirve como puente para elevarse sobre la cotidianidad de la vida diaria...
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