Aunque las primeras minas se encontraron en Chihuahua en
1646, hubieron de transcurrir 50 años antes de que los españoles pudieran iniciar
un establecimiento formal después de lograr cierto dominio sobre los
Tarahumaras. Por 1709, cuando llegó el Gobernador Antonio Deza y Ulloa, ya
comenzaba la explotación regular de los ricos yacimientos. Para establecer la
cabecera, eligió un sitio cercano a la junta de los ríos Chivíscar y Sacramento.
Trazó un plano con lugar para plaza de armas, casas consistoriales, iglesia y
solares para los vecinos. Y lo llamó Francisco de Cuéllar.
Pronto en 1718, ascendió de real a villa y cambió el nombre
por San Felipe el Real de Chihuahua, del que conserva sola la última parte en
1823, cuando se convirtió en la capital del estado de Chihuahua.
De la época colonial, la ciudad conserva la Catedral, el
Acueducto y los templos de San Francisco y Santa Rita como puntos más
relevantes.
En Cuanto a edificaciones del sigo XIX , su profusión y
calidad indican claramente la bonanza que se vivió en el Porfiriato. La
arquitectura moderna y contemporánea, de la que también hay muestras
interesantes, se fue mezclando en el perímetro central, hasta que se inició el
rescate del antiguo patrimonio arquitectónico, que hoy recibe a los visitantes
en todo su esplendor.
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