Desde hace cientos de años vive aquí, dispersa en pequeñas comunidades, la población tarahumara.
Cuando el jesuita Juan Fonte fundó en lo que hoy es belleza una misión para indios tepehuanes, supo que tenían fricciones con los llamados raráhumare, o sea “corredores de a pie”. Al redactar su informe anual en 1607, el padre Fonte se enfrentó al dilema de usar o no la letra R – que suena fuerte al principio de palabra- pues deformaría el getilicio que pretendía escribir, así que optó por escribir tarahumares, en vez de raráhumares.
Los estudios arqueológicos revelan su presencia en la sierra chihuahuense desde hace cerca 10 mil años. La antropología los considera de origen náhuatl, y su lengua está clasificada dentro del grupo uto-azteca.
Es sorprendente que el número aproximado de 40 mil individuos reportado por los jesuitas en el siglo XVII haya permanecido más o menos estable hasta nuestros días, así coo la homogeneidad de su cultura e idioma, a pesar de que nunca tendieron a formar comunidades, debido probablemente a la geografía del hábitat – que no permite cultivos extensos – y a que las planicies son demasiado áridas para sembrar, por lo que vivían también de la caza y la pesca.
Los tarahumaras actuales conservan bastantes elementos propios, aunque han tornado préstamos de la cultura occidental, como lo es la domesticación de ganado menor, con cuya lana confeccionan las fajas y mantas que antes hacían con fibra de maguey. Sus magníficos trabajos de cestería mantienen características prehispánicas, y siguen cultivando maíz, frijol y calabaza, aunque la mayoría ha sustituido la coa por el arado jalado por bueyes. Su alimentación es básicamente la misma: tortillas, pinole hecho con maíz tostado, atole, calabazas condimentadas en varias formas, frijoles, quelites, verdolagas y algunas otras hierbas silvestres. La carne de venado hoy ha sido sustituida por la de res, que consumen por lo general en las festividades.
Bajo un aparente cristianismo, se perciben reminiscencias de una religión animista, con culto al sol, la luna y las estrellas, aunque sujeta a calendario católico. Todas sus ceremonias se celebran con bebidas, comidas rituales y danzas, entre las que destacan el yúmare –danza para invocar a la lluvia- y el tutuguri, que requiere el sacrificio de una res para alimento comunitario.